Hará un par de años cuando vivía en la calle Girona número 113 -digo el número porque es digno de ser visitado es un edificio de Domènech i Montaner- siempre me encontraba en la esquina de mi calle a un señor que pedía limosna a cambio de kleenex: Cómprame bonica cómprame señora cómprame guapa.
Al principio me resultaba muy familiar, hasta que un día caí. Era el mismo tipo que estaba de pequeña en la puerta de la iglesia de mi barrio.
Mi madre siempre se paraba a hablar con él, a darle un cigarro -cosa que a mi me incomodaba muchísimo- y a darle dinero. Estoy segura de que pensaba que todos podemos estar ahí muy fácilmente, como tirar una moneda -cara o cruz-.
El caso es que un día me armé de valor y al darle alguna moneda le dije: "¿Usted estaba en la iglesia Santa Gemma verdad?" En seguida me respondió que sí, con esa manera sincera de hablar que tienen las personas que viven en la calle que lo repiten unas cuantas veces entre frases que no acabas de entender. Un poco ido siguió hablando y me dijo: "ya sé quién eres la hija de la mujer del país vasco, una mujer excepcional tu madre. ¿Vive?" Le tuve que contestar, recuerdo hacer un esfuerzo muy grande por no emocionarme.
Mi madre no era del país vasco si no de Filipinas pero sí mi abuelo y el apellido de mi madre de allí.
Ayer paseando con mi sobrina a 40 grados y llegando a la calleTusset nos encontramos al mismo señor, diciendo la misma cantinela con los kleenex Cómprame bonica cómprame señora cómprame guapa. le expliqué la historia a María y volvimos tras nuestros pasos ella le quiso dar unas monedas. Las dos no dijimos nada, ni de lo extraordinario del encuentro, ni del tópico de si se debe dar dinero a la gente que está en la calle. Nada de nada. Un silencio entre nosotras sin atrevernos a mirar, cogidas de la mano y nada más.
Por supuesto el hilo musical que escuchamos al entrar en una tienda de muebles era Downtown de Petula Clark.


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