De cuantas maneras se puede explicar una vida, millones. Por ejemplo en cuantas casas has vivido, imagina tu vida a través de esas casas, el orden no importa.
También a través de los libros que has leído o discos y música que has escuchado. Aquellas canciones que te han marcado, son el pentagrama de tu vida. La primera vez que te enamoraste o incluso antes, seguro escuchabas tal y cual canción. Todas tus claves de sol, todos tus mi y los fa sostenidos. Una suerte de señales que ahora te llevan sin miramientos a aquellos momentos.
Recuerdo perfectamente la música que escuchaba durante mi paso de niña a mujer, sí era Julio Iglesias, era verano y escuchábamos toda mi familia álbumes del cantante en el tocadiscos de casa. Una casa que olía a cremas solares Copertone, aparatos dentales y complejos, a marshmellows y bibinka, a shorts a rayas y camisetas de parques temáticos de Orlando, a mucho cacaolat y sueños de motocicleta, que eran eso: sueños.
Vivía entre esos dos mundos, el de Leif Garret -mis novios inventados- y el real -mis notas y lo que apretaban aquellos sujetadores de doble cierre-.
Hoy escojo mis casas...
Vivía entre esos dos mundos, el de Leif Garret -mis novios inventados- y el real -mis notas y lo que apretaban aquellos sujetadores de doble cierre-.
Hoy escojo mis casas...
De la primera en la que viví sólo recuerdo la luz y como se transformaba en puntitos blancos a través de la persiana, el suelo de la cocina y unos ciervos que eran unas esculturas de bronce. Recuerdo estar subida a aquellos fríos ciervos, del parque que estaba delante el de Sabino de Arana, veo a mi madre cerca y a mis hermanos. Mi hermana y yo vestimos igual, yo llevo un bolsito. Entre los calcetines y la falda los hierros helados de los columpios y el ruidito desengrasado: ñi-ñi-ñi.
Así todas las casas hasta ahora y todos los nombres de calles: Manila, Valencia, Girona, Banys Nous, Avinyó, Reinaixença, Alcasser, Arc del Carme, Via Faenza, Horspath Raw, Wells st., Lluís Companys alguna la he olvidado queriendo y sus números, 54, 34, 14, 19 con sus pisos de los primeros a los últimos. Áticos tristes, primeros ruidosos. Como el último de Valencia que pertenecía a alguien que me lo dejaba para trabajar este pasado verano al lado de la persona que me empujó a escribir sobre estas casas. Memoria de los que olvidan se llama su último trabajo, qué gracia. Yo estas casas no las puedo olvidar, ni creo que las paredes nos olviden. Ni los gritos, ni los lloros, ni las risas, ni toda la ristra emocional de los seres humanos.
Muchas más casas que macetas en el jardincito de Domènech i Montaner, macetas ahora seguramente vacías, sin flores, ni plantas que regar. Buganvillas y un rosal. Lugares que pertenecen ahora a otros dueños, a otras personas que llenaran las paredes con otros cuadros y no estaré retratada ni mi sonriente Tintín de la Cote Basc que tiene ahora Joako. O mi retrato de Jordi Labanda con los ojos cerrados. Otros cuadros, otras fotografías, otras novelas, discos y vinilos: completas biografías que llenan nuestra vida vacía en un vano intento de aferrarnos a ella a través de nuestros objetos.
Esa casa modernista, por cierto, vuelve a estar en alquiler, siempre que puedo paso por allí, fantaseo con volver a vivir.
Esa casa modernista, por cierto, vuelve a estar en alquiler, siempre que puedo paso por allí, fantaseo con volver a vivir.


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