lunes, 5 de julio de 2010

Cuaderno de playa


La playa orillada de pinares y dominada por una serie de montañas, conserva, todo lo largo su arena y  generosa amplitud.
Despierta hace horas, la anciana mira por la ventana las gaviotas y la alfombra de algas que cubre la orilla hasta bien entrada la playa. Botes chillones de colores, quietos y barrigudos, esperan del revés silenciosos a que los vengan a buscar sus dueños. Vendedores se preparan con bolsas de pulseras y collares, preparados para vocear la mercancía. Son como un reloj para los que más tarde disfrutan de la playa, saben que cada treinta minutos quizás un poco más, con un poco de suerte, vuelven a pasar haciendo ruidos con sus colgantes o vendiendo cocos o latas.
Al son de "¡Mamá Mamá mírame!", en todos los idiomas, los niños acaparan el protagonismo a las olas que a su ritmo mecen la orilla. Sus conchas y cantos rodados, pequeñas piedrecillas ya desgastadas,  transparentes promesas de lo que llegaron a ser. Papeles de plata, hechos planetas, bocadillos de tortilla de patata, pelo de sal, rojeces y quemaduras. Otro verano universal y yo que brindo por ello con mi tinto de verano.

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