de Gianni Rodari
En el planeta Bih no hay libros. La ciencia se vende y se consume en botellas.
La historia es un líquido colorado como una granada; la
geografía, un líquido color verde menta; la gramática es incolora y
sabe a agua mineral. No hay escuelas; se estudia en casa. Los niños,
según la edad, han de tomarse cada mañana un vaso de historia, algunas
cucharadas de aritmética, etcétera.
¿Vais a creerlo? Son caprichosos igualmente.
-Vamos, sé bueno -dice mamá-; no sabes lo rica que está la
zoología. Es dulce, dulcísima. Pregúntaselo a Carolina – que es el
robot electrónico de servicio.
Carolina se ofrece generosamente para probar antes el
contenido de la botella. Se echa un poquitín en el vaso, se lo toma y
lo paladea: ¡Huy!, ya lo creo que está rica – Exclama.
E inmediatamente comienza a recitar la lección de zoología:
-”La vaca es un cuadrúpedo rumiante que se alimenta de hierba y nos proporciona el chocolate con leche”.
-¿Has visto? – pregunta mamá, triunfante.
El pequeño colegial se queja. Todavía sospecha que no se trate
de zoología, sino de aceite de hígado de bacalao. Luego se resigna,
cierra los ojos y engulle su lección de un solo trago. Aplausos.
Naturalmente también hay, como es lógico, algunos colegiales
diligentes y estudiosos: es más, golosos. Se levantan por la noche para
tomarse a escondidas la historia-granada y se beben hasta la última
gota del vaso. Se vuelven muy sabios.
Para los niños de los parvularios hay caramelos instructivos:
tienen sabor de fresa, de piña, de cereza, y contienen algunas poesías
fáciles de recordar, los nombres de los días de la semana y la
numeración hasta diez.
Un amigo mío cosmonauta me ha traído uno de estos caramelos
como recuerdo. Se lo he dado a mi pequeña e inmediatamente ha empezado
a recitar una poesía cómica en el idioma del planeta Bih, que decía más
o menos:
anta anta pero pero
penta pinta pim peró,
y yo no me he enterado de nada.

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