domingo, 23 de agosto de 2009


Achinas los ojos y ves el paisaje con sus casas de puertas de colores y niños que se bañan en el agua a los gritos -en francés- del universal: ¡mamá mírame! Agosto. Una señora elegante se apoya en una sola mano, lleva sombrero y gafas de sol. Huele a jazmín intermitente. Ves a lo lejos un faro y encima del promontorio una iglesia. Cuatro pies en diferentes posturas y un mantel a rayas a modo de toalla improvisada. Tagore. Suenan campanas. El mar está tranquilo como un papel de plata que mece las piedras de colores. Y te olvidas de las obligaciones aunque no quieras y todo sabe a sal aunque tampoco quieras. Y toca recoger aunque quieras aún menos porque el sol se va, al final esos pocos rayos se vuelven de colores: amarillo de napoles, rojo de cadmio, naranja sombra tostado. Todos en polvo y mezclados. Y comienzan los olores a calamares, cien postales se escribieron en un mismo momento para enviarse veinte, final del verano con caravanas y canciones. Las de todos los coches parados a la vez, algunas familias se distraen jugando con los niños. A otros se les -cachis!- para el motor en los peajes con cola. Otras parejas son la envidia del mundo escuchando singles. como cada año todo a la vez y todo el rato. Lo bueno y lo malo. Es lo que tiene agosto que quieras o no quieras termina el verano.

1 comentario:

Puedes escribirme a piliarandanos@gmail.com para encargarme un cuento, poema o palabra esdrújula, aunque Pessoa te diría que las últimas son altamente ridículas.